martes, 24 de julio de 2012

The Beach Boys resucitaron y surfearon sobre su tumba


The Beach Boys en Músicos en la Naturaleza en Gredos. Qué extraña y maravillosa experiencia la de ver y oír cómo un decepcionante comienzo se transforma en un sublime concierto en el trancurso de más de dos horas. Acudí obedeciendo a una convicción del melómano: si de verdad te gusta la música no puedes decir que no te gustan The Beach Boys. Eso, pese a que sus discos duerman el sueño de los justos en la estantería, dentro del extraño grupo de aquella música que nunca encuentras un momento para poner, pero de la que nunca te deshaces.




Como castellano sin mar frisando los cincuenta tengo perfecto derecho a no identificarme con un mundo de playas y olas, de amores adolescentes glosados por voces claras. Sin embargo, casi te sientes en la obligación de tener algo de The Beach Boys por cultura básica. Por el respeto, cuando no fervor, que despierta en músicos que me son más cercanos en un espectro amplio -desde los Ramones a REM, pasando por Elthon John- y, también, por el intimidante ejército de críticos que les defiende y que ve en The Beach Boys hacedores de delicados poemas musicales, románticos que lograban expresar estados de ánimo como la felicidad y, al tiempo, la secreta tristeza que puede encerrar esa felicidad.


Mike Love
En Gredos comprobé lo heterogéneo de su público, formado por oídos sensibles de cada tribu. Moteros, hippies, culturetas, pijos y bultos sospechosos como servidor mezclados. Jóvenes, muchos, que tarareaban el repertorio antes del concierto como si las canciones hubieran sido escritas e interpretadas para su generación. Pero una vez que los músicos subieron al escenario el arranque fue temible. Había dos grupos, uno de jóvenes que servía de colchón de vigorosa percusión y potentes voces a otro formado por los veteranos en primera línea. Pero no había sintonía entre ellos. Un Mike Lowe acartonado, con amanerados juegos de manos y la voz posiblemente corregida. Un Brian Wilson con toda la pinta de estar física y psíquicamente K.O. Era el comienzo de gira de gente muy mayor y que llegó a odiarse mucho. ¿Qué se podía esperar?

Al Jardine

Sin embargo, en cuanto un par de temas corrieron de cuenta de Al Jardine, algo sucedió. Con 70 años, más de medio siglo en el escenario, vestido con un sobrio traje marrón, les recordó a todos quiénes eran. Abrió la puerta a la grandeza y esta ya no se cerró. Qué privilegio. Un músico para quien la historia del rock y el pop es su propia historia personal. Después de Jardine, Love fue ya maestro de ceremonias y la voz derrotada de Wilson, un ejemplo de lo indestructible que puede ser la delicadeza.

¿Qué ocurrió? Es difícil saberlo. A sus mejores aficionados dejo los detalles. Yo tan solo sólo doy fe de que en los últimos 45 minutos de la noche del sábado, en Gredos se convocó a la esencia del pop y del rock, aquella por la que nació, por la que se convirtió en un lenguaje universal y por la que aún no ha desaparecido: por ser una corriente de energía y belleza que hace la vida más vivible. Hubo un momento en el que bailaron juntos sobre la tumba que se habían cavado en los últimos años, en drogas, mutuas denuncias, desplantes y olvido del gran público. Hay frases hechas que están en las estanterías de quien escribe y que nunca encuentra un momento para utilizar. Pero que encierran una verdad. Pues bien, ahí va una. Fue una noche inolvidable.

1 comentario:

  1. Muy cierto lo que dices, Miguel Angel. Allí, en Gredos, experimentamos en nuestras carnes por qué son tan grandes. A sus setenta años nos regalaron hora y media (dejemos aparte ese frío y desmadejado arranque) de felicidad y alegría de vivir. Y con la musica de sus setenta años nos chutamos energía vital en vena. Increíble. Si alguien piena que esto es poco convendría que se lo hiciera mirar.

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