No había acabado El Cementerio de Praga, la última novela de Umberto Eco, cuando había comenzado Todo Fluye, de Vasili Grossman, y, entre medias, se me ha colado un episodio de Ley y Orden.
El primero trata sobre los criminales que, pluma en mano, inocularon en antijudaísmo en el siglo XX. ‘El odio calienta el corazón’ dice uno de sus personajes. Grossman arranca su texto con un soberbio capítulo, testimonio del antijudaísmo, ya como estructura social, del régimen de Stalin. El episodio de Ley y Orden plantea la existencia de una página web que señala a ciudadanos que considera indeseables y cuyos comentarios, al final, azuzan a una pobre enferma mental a llevar a cabo un asesinato.
A Umberto Eco le encanta la narrativa popular y tiene escrito, como semiólogo, que vivimos en un mundo repleto de significados, narraciones e información, en donde la lectura de un libro no se produce en el vacío, sino que, desde que se comienza y hasta su conclusión se entrecruzan otros libros, películas, anuncios, y la simple vida cotidiana cargada de complejas historias (o viceversa). Toda obra es una obra abierta.
Por lo tanto, unamos las tres propuestas: el odio alimentado por mentes sin escrúpulos calienta el corazón y fluye por la estructura social y, al final, siempre encuentra uno o un millón de dementes que lo materializarán en un derramamiento de sangre.
Los mandamases judíos y los de la Iglesia han reprobado a Eco. ¿Por qué no se vuelven contra Grossman o contra la veterana serie de televisión? ¿Porque uno está muerto y la otra no tiene prestigio intelectual? Si representan a los perseguidos y a los hombres de buena fe deberían agradecer estas narraciones –ya sean grandes o modestas, de gran erudición o rápido consumo– que exponen y atacan a los criminales del pensamiento. Si no es así ¿Cuál es su bando?