martes, 17 de mayo de 2011

La delicada oscuridad de El padre de mis hijas


El placer de un blog reside en comunicar y compartir sin intermediarios aquello que deseamos. Hoy el placer es doble, ya que llega a algunas salas y, en cualquier caso, ya se encuentra en internet, el filme francés Le Père de mes enfants (El Padre de mis hijas).

Yo pude ver esta obra hace ya dos largos años, en la Seminci, el Festival de Cine de Valladolid. Que no obtuviera ningún reconocimiento en el palmarés me pareció eso, una palmaria injusticia. El padre de mis hijas fue la aportación más delicada de aquel año. Había recordado esa película con cierta frecuencia desde entonces como ejemplo, también, de la triste e indignante imposibilidad de ver ciertos títulos en un mercado abarrotado de mediocridad. Ahora, en este caso, eso se repara.

Está dirigida, con asombrosa madurez, por Mia Hansen-Love, una realizadora que no ha cumplido aún los 30. Se basa en los últimos días de vida (real) del productor Humbert Balsan -que se suicidó acosado por las deudas- y las primeras semanas en que la familia (su esposa y tres hijas) deben aceptar la situación y continuar con sus vidas.




He visto que en la revista Cahiers du Cinema (que ya mencioné en otra entrada)  recala en su crítica en los ricos entramados psicológicos y sentimentales de la película.

Eso está bien, pero yo recuerdo impresiones más directas en esa Seminci de 2009. El padre de mis hijas  me pareció la mejor aportación, desde el plano emocional, sobre la crisis económica que ya se manifestaba como duradera. También, el más sentido homenaje a un hombre (Humbert Balsan) -el cine ha dado seres así de extraordinarios- que soñó con aunar negocios y arte con instinto y voluntad (hizo posibles muchas películas de autor). De hecho, apoyaba a Mia Hansen-Love cuando ésta solo había hecho antes un corto y El padre de mis hijas ha demostrado hasta que punto tenía olfato.

En la sala me abrumó la ausencia de pretenciosidad y el amor y respeto con que la directora trató tanto al fallecido como a su familia aunque la realidad no fuera, precisamente, un cuento rosa. Aún me parece genial el arranque, con Balsan al volante y hablando por dos teléfonos móviles, al que la polícia para y comunica que ya no tiene más puntos... Ese presagio ya nos dice cuál es el tono: sencillo en la exposición, profundo en la escritura.


Enternece el hecho de que, asfixiado economicamente, Balsam aún sube a la buhardilla, donde no hay ningún elemento de trabajo, para hablar de nuevos proyectos con jóvenes realizadores. O la secuencia de la última noche de su mujer y sus hijas en París, cuando un apagón las obliga buscar velas y salir a la calle también a oscuras, en una negrura donde se mezcla el velatorio y la llama de la vida. Porque en una cosa sí coincido con los críticos. Pocas veces se ha visto tanta y tan dulce claridad para hablar de lo más oscuro de nosotros mismos.