viernes, 22 de octubre de 2010

Reconciliado con la crítica de cine

Hubo tiempo en que mi seguimiento de la crítica cinematográfica era tan constante como mi pasión por el cine. Luego, sencillamente, ambas decayeron. Aún no sé a ciencia cierta porqué, pero lo cierto es que no eché nada en falta. Creo que abusé tanto del séptimo arte como de las opiniones de aquellos que lo glosaban para entender la vida, algo que puede estar bien en la juventud pero que llegado a la madurez empieza a robar mucho tiempo de esa vida que comprendes como un tiempo finito. Sin embargo, el otro día volví a comprar la revista Cahiers du Cinema, pues incluía un especial de Claude Chabrol.

Sólo puedo decir que la publicación ha progresado de manera excelente, desde la poesía de su portada a un plantel de críticos pertinentes (no practican el camino fácil de la impertinencia). Pero, sobre todo, me emocionó, y mucho, encontrarme con un artículo escrito por el propio Claude Chabrol del año 53, media década antes de que se pasara de la crítica a la dirección.

El fallecido director francés elogia Cantando bajo la lluvia como una obra maestra y a su director, Gene Kelly, como autor. No soy aficionado al musical, pero quién puede resistirse a un título de reseña como este: 'Que mi alegría perdure'. O a su magistral primer párrafo: 'La danza es uno de los medios más naturales que tiene el hombre para expresar lo que no sabe decir. Y lo que el hombre nunca ha sabido explicar con palabras -tan locuaz como se muestra para sus infamias y sus desesperos- es su alegría'. 

Tal vez por eso dejé de leer crítica de cine. Porque no tenía palabras como las anteriores, que dan la vida.

((La revista en formato digital http://www.caimanediciones.es/))

domingo, 17 de octubre de 2010

Maigret, el resistente de la novela negra

Al hilo de la entrada dedicada a la adaptación televisiva de las novelas de Mankell sobre el inspector Wallander, recordaréis mi extrañeza de que Branagh y la BBC se atrevieran con un autor y un personaje sueco. Pero la cadena ya había asumido con la misma clase e inteligencia ese riesgo hace veinte años con Maigret, el comisario del París del la posguerra, creación de la pluma de George Simenon.

En el primer caso, los paisajes de Escocia a veces tienen que pasar por los de Escania. En el segundo, la recreación del París de los 50 es uno de los trabajos de dirección artística más encantadores que he visto: no sólo el atrezzo reproduce con fidelidad la época, también hay en esa labor un intento de evocar las sensaciones por las que amamos la ciudad de la luz.

En estos tiempos donde se habla tanto de la Unión Europea y de los euroescépticos encabezados por los británicos, me agrada mucho ver cómo la televisión pública de las islas adoptó dos detectives vecinos -sueco y francés- como propios.

Ver ambas series me da pie a una reflexión sobre nuestro 'ser europeo': Maigret trabaja en el París que sale de la posguerra para dirigirse a la prosperidad. Como todo aquel que conoce las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, agradece la placidez del hogar llevado por una mujer inteligente. Y, tras saber de campos de batalla y de concentración, tampoco se escandaliza de lo bajo que puede caer el ser humano. Siente compasión y simpatía natural por todos aquellos criminales de poca monta que no derraman sangre, pobre gente que no ha sabido o podido hacer otra cosa. Encarna los valores de la república (entendido como la cosa pública, la de todos) siendo un funcionario entregado a su deber que aspira a disfrutar de una merecida jubilación. Y su sentido moral es inflexible con los ricos y poderosos que trasgreden la ley. No sabe lo que es la depresión. En aquellos tiempos duros existía el enfado, la melancolía y, a veces, la honda tristeza. Pero nada que impidiera al comisario Maigret seguir a diario como si fuera un miembro de la resistencia, aún vigilante después de una guerra que casi destruye Europa.

Ahora, veamos a nuestro contemporáneo Wallander, parido entre los algodones de los bienes de consumo y los derechos adquiridos. Es como un huérfano de Maigret: las únicas certezas que parece encontrar en la vida vienen de los casos que resuelve y todo lo demás le atribula, en una amalgama en la que no sabe separar la crisis personal de la social.

En fin, yo, si me viera en un apuro, se lo comentaría entre copas a Wallander para poder desahogarme, pero esperaría que del caso se ocupara Maigret. Que me contagiara algo de su solidez de verdadero pilar de ese Estado de Bienestar que ponemos en peligro al descuidar la resistencia personal y el deber público aderezados -¿por qué no?- con una pizca de compasión y bondad.

PD: Maigret está editado en DVD y también se puede ver de una forma que el comisario no aprobaría del todo.
(Para más información sobre el personaje recomiendo un atractivo blog: detectivesdelibro.blogspot.com)

sábado, 9 de octubre de 2010

Springsteen loves Morricone

Las mil y una maneras de hacer música no han conseguido, por fortuna, desbancar a mi favorita: el disco que te llega porque un buen amigo te lo regala. No se trata sólo de un signo de afecto hacia uno, sino también hacia el disco en sí y la complicidad que éste genera.

Creo que descargué We all love Ennio Morricone cuando salió, hace ya tres años, como muchas otras cosas. Sin embargo, ha sido el regalo del CD lo que lo ha rescatado de la sobreinformación musical tan propia de estos tiempos, tan mala como la ignorancia de mis primeros años como aficionado a la música.

Hablaba de complicidad y este es un disco de cómplices. Creo que Morricone es uno los pocos autores, tal vez el único, capaz de unir en su homenaje a criaturas tan dispares como Celine Dion, Herbie Hancock o Bruce Springsteen (por poner sólo a los tres primeros de una lista de doce que deviene en algo tan improbable como que al guitarreo de Metallica le siga el violonchelista Yo-Yo Ma o la diva de la ópera Renée Fleming).

Resulta fácil deducir que ni por caché ni por agenda sería posible montar este tributo si no existe verdadero amor por Morricone. Entonces, surge  una pregunta: ¿Por qué este compositor de bandas sonoras alude en lo más íntimo a hijos de tan distintas madres (si bien todos ellos adoran la melodía a su manera)?

Yo sólo puedo aportar la explicación de mi querencia por su música. Ahora que se usa y abusa del concepto fusión, cabe decir que Morricone también es un autor de frontera. De fronteras interiores: entre lo clásico y lo moderno, entre lo hortera y lo sublime, entre el sentimentalismo y el sentimiento. Y si no tuviera un pie en cada lado, no llegaría tan alto.

Como ejemplo he escogido el tema en que Springsteen pone la guitarra a Once upon a time in the west (Érase una vez en el oeste). La orquesta, dirigida por el propio Morricone en Roma, ennoblece una partitura que nunca antes había sonado mejor. La melodía viaja hasta el estudio de The Boss en EE.UU. y éste la recoge con el toque de sus recientes preocupaciones: la épica de los emigrantes que alzaron una tierra de esperanza, como si fuera un himno sonando en un estadio repleto y sobrecogido. Yo, por lo menos, me veo ahí cuando lo escucho.

Extracto del audio del dúo Springsteen-Morricone: