domingo, 5 de diciembre de 2010

Carta abierta a Gerardo Olivares

Estimado Gerardo:


Aunque vi Entrelobos el pasado lunes, no he tenido tiempo de escribir estas líneas hasta ahora mismo. ¿Qué puedo decirte? Fue, en cierta manera, como la primera nevada invernal: un fenómeno puro que ocurre una vez al año, si es que ocurre. Mejor aún, tu película nace del corazón de un paisaje nevado. Es la historia que se cuenta al amor de la lumbre, en una casa confortable por el calor y la compañía y no por las cosas que contiene.

Sé que el trabajo fue largo y difícil, pero con Entrelobos has conseguido lo más complejo: la sencillez.  Está Kipling y El Libro de la Selva. Están Pollack y Redford y Las Aventuras de Jeremíah Johnson, ejemplares soberbios con los que compartes, en armonía, el mismo valle. En cuanto a tus encuadres, digamos que has viajado por tantos países, has visto tanta gente, te has abierto a tantas miradas que, al final, tu planos son como la visión destilada, cristalina, de todos los ojos. Los míos han recorrido tu film como quien pasea por un campo.

Has sido un privilegiado con tus actores y viceversa y en ellos incluyo a los animales (un gran logro de miradas y movimientos). Incontestable el acierto de escoger al niño Manuel Camacho (el nacimiento de una nueva estrella que en todas y cada una de las secuencias conmueve al público) y muy reconfortante la interpretación de Carlos Bardem, que sabe encarar al malo de la película con versosimilitud y sin grotescos excesos. Aunque bien es cierto que, para mí, el momento más emocionante fue ver al grande, viejo y duro Sancho Gracia colocar una trampa para pájaros con una satisfacción infantil.

Gracias por una película que, en apariencia, parece fuera de este tiempo de tribulaciones y que, sin embargo, es la más pertinente. Cuando dicen que no nos salen las cuentas, es un buen consuelo demostrar la capacidad de contarnos historias intemporales y universales. Que este fuego no se te apague nunca.

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